Aquí radica la belleza de estas margaritas, Les pâquerettes, así como el placer de leer el libro de Esperanza Vives con todo el cuerpo. De acompañarla en su viaje sensorial hacia el mar y el jardín —lugares privilegiados de la infancia—. También a los lugares ya transitados que han dejado huella en su sensibilidad ("escuchad ecos quebrados, rumores y voces ya vividas, olas"), y que se resignifican para ser compartidos. O a los lugares que solo existen en el poema, gracias a la imaginación...