El terror y el confidente
I
Desvelar el oído oyendo nada,
mientras la sangre sin dormir resuena
muriendo de una duda que le llena
de interminable espanto de almohada.
¿Denunciarás si fueras torturada,
si la noche del juicio y la condena
un respaldo de vidrio, sal y arena
te mordiera la lengua interrogada?
¡Hermanos, qué terror si yo pronuncio
un solo nombre ante lentas cuñas
que enturbien mi corazón y pulsos presos!
Ya el pensar solamente que os denuncio
me atranca los raigones de las uñas
y trastorna los quicios de los huesos.
II
¡Nunca! No lo diré. Mas si lo digo,
no culpéis a mi lengua, sí al tormento
que irresponsabiliza al pensamiento
que descuaja al dolor enemigo.
Si un silencio de muerte irá conmigo,
mudo en mi sangre hasta el fallecimiento,
no culpéis a mi voz, si al rompimiento
de sus venas, sin causes ya ni abrigo.
Ni al delirio que ignora lo que explica,
ni al secreto expropiado a la locura,
ni a la desvariada confidencia
la pena capital justifica.
¡No lo diré! Mas la mayor tortura
Será siempre estado de conciencia.
Yo también canto a América
I too, sing América.
Langston Hughes
Tú mueves propiedades en tu cielo,
astros que son verdad, estrellas tuyas,
planetas confiscados que en la noche
pasan gimiendo un rastro de cadenas.
Mueves bosques con hojas como círculos,
puertas verdes al sueño de los pumas,
bosques que marchan, selvas que caminan
invadiendo la sombra de raíces.
En tu entraña, piquetas y explosiones
dan a luz en lo oscuro nuevos ríos,
puestos al sol por hombres expropiados
a tu matriz herida y desangrada.
Ellos son, deben ser, y no los otros,
los que arañen sus manos en tus grietas,
los que tenaz descuelguen tu desvelo
en tus ocultas venas sacudidas.
Tú no eres un cadáver extendido
De mar a mar, velado por palmeras.
Tú estás de pie, la sangre te cuida,
por entre dos orillas de fusiles.
Ni siquiera eres dueña de tus noches,
insultada en los bares y cantinas,
noches con ojos indios, impasibles
por los que pasan flechas vengadoras.
Yo he visto Panamá desde las nubes
con albos continentes sin viajeros,
de Norte a Sur, y comprobando el Istmo,
sobre una larga zona de uniformes;
la flor del mar Pacífico, entrevista
como una cresta roja de mi infancia,
gritando, muda, por tus litorales
de azúcar y café, pero invadidos;
jacales y bohíos limosneros
que intentan vagamente ser aldeas,
con raigones en tierras que son suyas
y recelos de canes arrojados.
Oigo un clamor de pumas y caimanes,
de idiomas dominados a cuchillo,
de pieles negras atemorizadas,
entre un sordo rumor que se unifica.
Despierta, de improviso, en esa hora
que el terremoto verde de tus bosques
a tientas reconstruye con sonidos
los escombros nocturnos de sus ramas.
Despiértate, y de un salto reconquista
tu subterránea sangre de petróleo,
brazos de plata, pies de oro macizos,
que tu existencia propia vivifiquen.
Va a sonar, va a sonar, yo quiero verlo,
quiero oírlo, tocarlo, ser impulso,
ese sacudimiento que destruya
la intervención armada de los dólares.
Las estrellas verdad se confabulen
con tu robado mar, la tierra, el viento,
contra esas trece bandas corrompidas
y esa Company Bank de estrellas falsas.
Recupera -ciclones en las manos,
sísmicas larvas de correr ardiendo-
el predominio vasto de tus frutas
y el control de tus puerto y aduanas.
Yo también canto América, viajando
con el dolor azul del mar Caribe,
el anhelo oprimido de sus islas,
la furia de sus tierras interiores.
Que desde el golfo mexicano suene
de árbol a mar, de mar a hombres y fieras,
como oriente de negros y mulatos,
de mestizos, de indios y criollos.
Suene este canto, no como el vencido
letargo de las quenas moribundas,
sino como una voz que estalle uniendo
la dispersa conciencia de las olas.
Tu venidera órbita asegures
con la expulsión total de tu presente.
Aire libre, mar libre, tierra libre.
Yo también canto América.
A Ernesto Guevara
Te conocí de niño
allá en el campo de Córdoba Argentina,
jugando entre los álamos y los maizales,
las vacas de las viejas quintas, los peones…
No te vi más, hasta que supe un día
que eras luz ensangrentada, el Norte,
una estrella
que hay que mirar a cada instante
para saber en dónde nos hallamos.
Roma, otoño, 1972
Estos poemas pertenecen al libro Asalto al cielo, publicado por Editorial Arte y Literatura, Instituto Cubano del Libro, en 1975, La Habana, Cuba.
Rafael Alberti Merello (El Puerto de Santa María, Cádiz, 16 de diciembre de 1902 - El Puerto de Santa María, Cádiz, 28 de octubre de 1999). Poeta español de la Generación del 27.
Empieza el bachillerato en el Colegio de
los Jesuitas del Puerto de Santa María. En 1917 se traslada a Madrid, donde abandona el bachillerato por la pintura, que ejerce una gran influencia en su obra; en 1922 realiza una exposición en
el Ateneo. Por motivos de salud se traslada, poco después, a vivir en las sierras de Guadarrama y Rute, donde empieza a escribir sus primeras poesías, recogidas bajo el título de Marinero
en tierra. Con este libro obtiene el Premio Nacional de Literatura (1924-25), otorgado por un jurado que integraban Antonio Machado, Menéndez Pidal y Gabriel Miró. A esta
obra siguieron La Amante (1925) y El alba de alhelí (1925-26). En sus primeros libros se aprecia claramente la influencia de Gil Vicente,
del Cancionero y Romancero españoles y de otros autores como Garcilaso, Góngora, Lope, Bécquer, Baudelaire, Juan Ramón Jiménez o Antonio Machado.
Su poesía es "popular" -según Juan Ramón Jiménez-, "pero sin acarreo fácil, personalísima, de tradición española, pero sin retorno innecesario, nueva, fresca y acabada a la vez, rendida, ágil,
graciosa, parpadeante: andalucísima". La etapa neogongorista y humorista de Cal y canto (1926-1927) marca la transición de este autor a la fase superrealista de Sobre los
ángeles (1927-1928). A partir de entonces, y tras afiliarse al partido comunista, su obra adquiere tono político. Este giro le lleva a considerar su obra anterior como un cielo cerrado y
una contribución irremediable a la poesía burguesa.
La poesía de Alberti cobra cada vez más un tono irónico y desgarrado, como los poemas burlescos Yo era un tonto y lo que he visto me ha hecho dos tontos (1929), Sermones y moradas (1929-1930) y la elegía cívica Con los zapatos puestos tengo que morir (1930). A partir de 1931 aborda el teatro, estrenando El hombre deshabitado y El adefesio. Posteriormente recorre varios países de Europa, pensionado por la Junta de Ampliación de Estudios, para estudiar las nuevas tendencias del teatro.
En 1933 escribe Consignas y Un fantasma recorre Europa, y en 1935, 13 bandas y 48 estrellas. En 1939, al terminar la Guerra Civil española, emigra a la República Argentina, desde donde se traslada a Roma en 1962. En 1945 publica, en Buenos Aires, A la pintura: poema del color y la línea, y además un volumen que abarca la casi totalidad de su obra lírica, Poesía, donde se muestra cierta nostalgia por la patria. Regresa finalmente a España en 1977. Su producción poética continúa con la misma intensidad en estos años, prolongándose sin fisuras hasta muy avanzada edad.
A su vuelta a España es elegido diputado por el Partido Comunista de España, pero renuncia a su escaño para proseguir su tarea literaria y dar recitales por toda España. Sus libros de memorias cosechan grandes éxitos en las distintas ediciones, cada vez más completas, de los diferentes volúmenes de su Arboleda perdida. Entre las numerosas distinciones y homenajes que se le dedican destaca el Premio Miguel de Cervantes, que le es concedido en el año 1983.
El 20 de junio de 2007, la Biblioteca del Instituto Cervantes en Nápoles es designada con el nombre de Rafael Alberti.
Fuente biográfica: Instituto Cervantes
Fuente fotagráfica: Wikipedia

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