Poesía de Mercedes Escolano

POROS DEL LENGUAJE

 

Soy

apenas

un hombre que trata de respirar por los poros del lenguaje.

RAFAEL CADENAS

 

Aferrada a la magia y el misterio de los libros, sobrevivo.

El temblor de las palabras,

el aliento de la tinta susurrante, el latido de puntos y comas,

la respiración entrecortada del verso…

Mi casa se expande cada vez que abro una flor de papel bellamente impresa

y la voy deshojando sin prisas.

Me alimento de palabras: un hilo de seda aparentemente frágil pero muy resistente.

 

 

MI YO INSISTE

 

Soy una pregunta que se extiende hacia la noche.

LILA ZEMBORAIN

 

Mi yo insiste, amargo últimamente.

Apenas si me deja respirar

este tajo de angustia en pleno pecho, tan fuerte que me hunde en la cama con puño misterioso

y las horas se suceden abotargadas en un duermevela confuso.

Otras veces el cuerpo flota sin peso

pero una enorme apatía se adueña de mí.

 

Me estiro hacia la noche, alargo brazos y piernas, alargo sentimientos, alargo tristeza

en busca de respuestas que no existen.

Y el borde de mi cuerpo

sólo palpa sábanas arrugadas.

El calor espeso deja paso a un temblor.

 

Me ovillo, me enrosco, me lamo.

 

 

EL HILO DE LA VIDA

 

Mi bisabuela no me contó nunca cuentos. Mi abuela no me contó nunca cuentos.

Mi madre no me contó nunca cuentos.

Sólo una vieja criada analfabeta

urdió los hilos mágicos de la memoria. Media Carita me daba un miedo atroz en las noches de invierno,

cuando mi cuerpo de niña

cabía en una pequeña cama,

ovillada bajo pesadas mantas de merino. Tata Amalia no poseía voz dulce,

no era elocuente, parlera, chismosa, no había leído jamás un libro,

pero era dueña del huso y la rueca,

el último eslabón de una tradición oral que se remonta siglos y siglos

hasta la primera contadora de cuentos. El ovillo de Ariadna,

los bordados de Aracne, las túnicas de Nausícaa, la colcha de Penélope,

todos esos tejidos nacieron de un mismo hilo y cada mujer heredó la trama.

Las moiras, sabias tejedoras

capaces de cortar el hilo de la vida, me enseñaron con gestos sencillos la urdimbre del telar.

Aquella niña que aprendió a coser, bordar e hilvanar todo tipo de historias, hoy teje su propia mortaja.

Con palabras el mundo va enhebrándose: surge un paraíso privado, íntimo, egoísta, cortado a la medida de mi cuerpo.

Ninguna mujer de mi familia imaginó que yo sería aguja e hilo,

la mano que enhebrara y cosiera

hebras desgastadas de la literatura,

capaz de zurcir sueños y bordar pasiones. Mi tela ha ido creciendo con los años,

poema a poema,

puntada a puntada.

En verano, el fresco pañuelo de seda. En invierno, la cálida toquilla de lana.

Para envolverme no tengo más que palabras, sutiles palabras que surgen del mito

–Ariadna, Aracne, Nausícaa, Penélope– desde tiempos remotos.

 

 

ELLA DESCUBRE

 

Ella se guía por corazonadas (las razones del corazón son poco razonables). Ella sigue pistas equivocadas, como todo buen detective.

Ella husmea entre objetos abandonados cuál fue su pasado, qué olvidó.

Ella deduce palabras en silencio, o sea, lo pensado que nunca fue dicho en voz alta. Ella adivina un mundo fascinante: su mente juega a sorprenderla.

Ella, con toda suerte de ingenuidades, explora su yo más íntimo con un espéculo. Ella mantiene una red secreta de colaboradores.

Ella, de un modo absurdo, soluciona enigmas.

Ella, tan imprevista, tan torpe e iconoclasta, huye de normas y modelos aceptados. Ella escudriña en su boca y escupe una serpiente.

Ella inventa la heterodoxia y adora la rebeldía.

Ella ríe de modo irreverente, tiene excesivos escrúpulos que ha de ir matando. Ella disimula con risa su vergüenza.

Ella acumula errores en su Caja de Oportunidades Perdidas.

Ella planea el asesinato (con premeditación y alevosía) de los amantes que no le gustan. Ella sacrifica sus pechos, los perfuma y ofrece a Afrodita.

Ella acusa a los personajes de alterar el poema e inventar un discurso diferente. Ella sigue el rastro de sus versos y los descubre viviendo otras vidas.

Ella sabe que siempre se ha burlado de sí misma y conspirado contra ella. Ella mete a la Muerte en una caja de bobinas y le susurra:

“Espera un poco, aún tengo que coser un par de vestidos”.

 

 

TECLADO QUERTY

 

Todas las mañanas quito el polvo a Underwood.

Hace siglos de mis primeros poemas tecleados en esta vieja gloria

para presentarlos a un concurso.

Había que colocar papeles de calco añil para obtener copias

y aporrear las teclas con decisión, de un modo enérgico y masculino. En el despacho paterno,

entre tomos de Medicina, microscopios, facturas, eché tardes pasando a máquina

poemas adolescentes.

Recuerdo clases de mecanografía en una academia para secretarias: docenas de muchachas pulsábamos

todo el abecedario a ritmo trepidante, concentradas, monótonas,

tal vez soñando un futuro.

 

 

Esta vieja Underwoodperteneció a mi padre –las grises entretelas del franquismo–

y antes había sido de mi abuelo

–Alfonso XIII, Miguel Primo de Rivera, la Segunda República, la Guerra Civil–, dando fe de la historia de un país

con sus teclas gastadas y sus negros carretes.

Hace años que está en silencio;

le fui infiel con Lexicon, Olivetti,

más tarde con Windows, y cayó en el olvido, arrinconada en el despacho.

Quitarle el polvo supone una caricia diaria, un homenaje y un milagro.

 

 

 

Mercedes Escolano (Cádiz, 1964)


 

Mercedes Escolano (Cádiz, 1964)

 

 

 

Poeta, traductora, profesora de lengua y literatura española. Ha codirigido la revista de poesía Octaviana (Universidad de Cádiz) y ha dirigido la colección de pliegos de poesía Siete Mares (Diputación Provincial de Cádiz).

 

Ha publicado los libros de poesía:

 

Las bacantes (Madrid, 1984), Felina calma y oleaje (Córdoba, 1986), Estelas (Madrid, 1991; 2ª ed., Cuenca, 2005). Malos tiempos (Cádiz, 1997; 2ª ed., Cuenca, 2001), No amarás (Cádiz, 2001), Islas (Madrid, 2002), Habitación de hotel, en colaboración con Josefa Parra (Granada, 2010), Placeres y mentiras (Madrid, 2019), Jardín salvaje (Huelva, 2022), Cincuenta epigramas (Málaga, 2025), Sol y sombra (Salamanca, 2025).

 

 


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