Églogas del desierto, poemas de Basilio Belliard

 

I

 

Por el dorado horizonte de Mesilla, en un espejeante círculo           de cactus, oía yo, manchado de sol estival, el ulular de la cosecha, y veía, ese no-lugar- de pocilgas vacías, donde el cielo extiende su manto de viento: paisaje que evoca el cielo tropical, con su mar de vaivenes blancos.

 

 

 

II

 

 

 

Amanece detrás del ventanal, la nieve, y oigo tu voz de lluvia. No hay sol en esta mañana de diciembre: centelleo del viento al besar el cristal que da hacia Arizona. Cesa el viento que nace en Texas, cuando los transeúntes cierran sus ojos tostados por el día.

 

 

 

III

 

 

 

Estamos ya en el tiempo que cambian la hora, en este hemisferio invernal. Ahora, cuando miro amarillecerse las hojas de los árboles, y luego las veo desplomarse, derrotadas por el equinoccio. ¡Qué esplendor! Es hermoso ver el espectáculo de la metamorfosis, la naturaleza                          dormida y el paisaje de los coyotes, las liebres y los crótalos.

 

 

 

IV

 

 

 

El croar de los pinares, el sudor de las pieles, el paisaje de colinas y montañas huérfanas de vida, las mesetas que durante el invierno se tornan púrpura, y el cielo cuya infinitud descubre  lo que somos. Los cuerpos extranjeros de otros climas, aguardan el trueno, el relámpago y la lluvia. ¿Por qué escribo esto, si tú también lo viviste, compañera?

 

 

 

V

 

 

 

Ignota región sin oasis, donde la arena es un mar con sus dunas  escarlatas, el aljibe y la carretilla de Pancho Villa. Levanto el rostro y evoco a Comala, atmósfera de la medialuna, donde las voces están vivas y sus habitantes, muertos. Todo huele a reducto de guerra, a sangre empolvada de tiempo: lugar de los antípodas donde el corazón de Billy the Kid fue destrozado.

 

 

 

VI

 

 

 

Hoy, cuando un declinar de atardecer sigue a otro, en picada, un águila de cuello calvo desciende al valle de las liebres; el silbido de la estación otoñal entre los pinos; la luna escarlata  filtra su luz de durazno por entre las rendijas, donde beben las moscas; los páramos de Las Cruces lucen su asfalto reseco, y se a bóveda el cielo como un techo de nieve, en la que sólo crecen  haces de viento. La luz del cenit declina, y graba su silencio en  el lecho de la sombra. El hombre que llega cada tarde, cuandolos árboles se cierran, desprende una hoja del calendario, y  mira hacia el pasado, y piensa en el porvenir, en el tiempo que le falta para marcharse y llegar, por fin, a su nadir, a su sombra.

 

 

 

VII

 

 

 

Todo allí es metáfora. Los promontorios nacen y se desploman,  un irrisorio lago de patos y peces sedientos, millares de velas en un día de diciembre, de calabazas otro día cualquiera, y un alud de viento y arenas, en tanto tu voz del Atlántico resplandece por entre las rocas, los muérdagos y las xerófitas.

 

 

 

 

 

Las cosas

 

 

 

Todas las cosas son una sola cosa. La rosa es una sola palabra, una cosa que anhela ser casa, habitada por lumbres de sueños. Así, todas las palabras quieren ser la cosa que nada sirve, en despertar mil alas deshechas por el aire; naderías de las mil palabras que no dicen nada. Son versos que borran como arena, las sombras de las aguas que reptan vacías, en las letras de los nombres, en la blanca respiración de la hora, cuando sus cuerpos caminan sobre pasos de hielo. Memoria de las cosas que desean olvido, hasta que los sueños de las cosas se entreguen a la blanca muerte de los ojos. ¿Qué es el sol si no lo soñamos? La vida es el sueño de la cosa que recordamos al despertar.

 

 

 

Saltos mortales

 

 

 

“Sé poeta siempre, hasta en prosa”.

 

(Baudelaire)

 

 

 

Los sueños tienen una cáscara resbaladiza que evapora a los  durmientes. Detrás de ellos, y en medio de sus ojos, habitan superficies circulares. Los soñadores tienen su piel amarga,mientras que los insomnes la tienen avinagrada. Ambos recuerdan los números y los horóscopos de los asesinos. Viajancomo astronautas y hablan con Dios, y juegan al ajedrez en  los momentos de duermevela. Cuando vuelan, su respiracióndespierta los sueños de los locos, que se disputan una piedra volcánica con la que se defienden de los metafísicos.

 

 

 

Continente del agua

 

 

 

Entre la forma y el fondo del agua brota la superficie del mar, que tiende una membrana dulce frente al cielo estrellado. En la superficie está la profundidad del miedo, donde seahogan los rayos del sol. En el corazón de su espesura hay una materia gelatinosa. Un átomo líquido se concentra en el contenido de su sombra, que se vacía en silencio sobre  el agua opaca. Así pues, alrededor de los círculos punteados se aposenta el continente del agua, que se ahoga en la noche y declina en la savia de su desembocadura.

 

 

 

Reposo de los dioses

 

 

 

En el lomo de las tortugas se refleja el reposo de los dioses.

 

Sus movimientos dibujan la máscara de los navegantes.

 

 

 

Los espejos

 

 

 

Los espejos son fragmentos de mares cuya sal se cristalizó en agua. Los espejos desnudan los cuerpos, aunque estén vestidos. Viven del pudor y se alimentan de sombras. A ningún marinero se le ocurre llevar espejos al mar, pues éste los vuelve opacos. Nadie sabe que los espejos despiden un sonido celeste que sólo escuchan las sirenas. Los antiguos egipcios apagaban el fuego  con los rayos de los espejos y los bárbaros incendiaban barcos.

 

 

 

Espejismo

 

 

 

Quien se pierde en el desierto no encuentra la forma de suicidarse. Sólo le queda como vía de escape llenarse la boca de arena para ahogarse. Todo lo demás es espejismo.

 

 

 

Desierto marino

 

 

 

Llegamos al despuntar el viento a la ciudad amurallada  y atamos los camellos a los rascacielos. Echamos proa a son de humo, a orillas del desierto iluminado, y zarpamos, al clarear el alba. Aun no se habían apagado las chimeneas cuando las tripulaciones de ultramar traían los sudores  de los náufragos. Sobre las dunas las neblinas bordeaban  la ciudad con sus manchas frente al desierto marino.

 

 

 

Cada ciudad se amolda al deseo de sus peregrinos. Toda ciudad habita la memoria a paso de camello…Y, así, nos adentramos  al cuerpo de la ciudad y la poblamos de silencio y de historia.

 

 

 

 

 

 

 

Muros de agua

 

 

 

Emprendimos el viaje camino a Aztlán, pero Aztlán no está en Ningunlado. Cruzamos los muros de agua y los puentes de humo durante años y llegamos a Ningunaparte. Nuestros huesos se clavaron como estacas en los surcos y allí parieron venenos y velas y lágrimas. Si piensan que Aztlán está en el desierto deben soñar que está en el cielo.

 

 

 

Basilio Belliard. Poeta, ensayista y crítico literario dominicano, doctor en filosofía por la Universidad del País Vasco con una tesis sobre Octavio Paz. Fue profesor invitado en la Universidad de Orleans, Francia, donde le editaron la antología bilingüe Revés insulares. Es Premio Nacional de Poesía por su libro Sueño escrito, en 2002, y Premio de Ensayo de la Fundación Global Democracia y Desarrollo (Funglode) por El ojo de Ion. Poesía y filosofía, en 2020.  Es miembro correspondiente de la Academia Dominicana de la Lengua.

 

 

 

Semblanza y fotografía proporcionadas por Basilio Belliard. 

 

 

 

Semblanza y fotografía proporcionadas por Mariano Rolando Andrade.

 

 

 

 

 

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