De la palabra clave como creación y destrucción a través del pensamiento

Nos apuramos a confundir —decía— las palabras obsesivas con las palabras clave.

     "La palabra clave no es necesariamente una palabra obsesiva. Es por el contrario una palabra inadvertida, insospechada.

     "Para abrir una puerta hay que poner la llave en la cerradura. ¿Qué hace luego el poseedor de la llave? —La deja deslizar en el bolsillo.

     "No le pediremos que nos la muestra Su barra, su hembra, sus dientes no despiertan nuestra curiosidad.

     "Toda llave es concebida para accionar una cerradura y para luego desaparecer de la vist&

     "No existe la obsesión de la llave, sino de su pérdida.

     "En un escrito, la palabra clave desempeña el mismo papel. Es la palabra que abre el texto al texto y por ende nos lo abre. No es la palabra del comienzo, sino la palabra de todo comienzo. Se la encuentra tanto al principio como al final de una página escrita, en el medio, después de las palabras iniciales o antes de las postreras.

     "No se la puede reconocer de entrada, pues opera casi siempre en secreto; pero su gesto es luminoso.

     "En vano buscaremos ubicarla. Es la palabra que todas las palabras del texto que la contiene, enfilándose, pronuncian tan quedamente que nadie puede escucharla: santo y seña misterioso, detrás está el libro."

     "¿Y si la palabra clave no fuese una palabra sino una clave de la que cada palabra podría servirse? Significaría que sólo podríamos entrar en el libro con la complicidad de la palabra que guarda en su posesión la llave de la puerta con la que habríamos topado: palabra clave en esta circunstancia.

     "Escribir sería entonces facilitar ese intercambio de llaves entre las palabras. Es lo que llamaría vínculo instintivo con el texto", dijo además.

 

     "Es evidente —anotó— que la palabra azul evoca la palabra cielo, pero no la revela. La palabra vacío podría en cambio lograrlo.

     "Si escribo: Antes de ser negro, azul fue el vacío de mi alma, cubro con esta sola frase toda la extensión del cielo."

     "No es el escritor —también anotó— quien posee la llave del texto; tampoco la posee el texto tal como se ofrece a su lectura; la posee lo que no se ha dejado encerrar en la palabra.            "La llave es, sin duda, esa carencia denunciada en el libro por algunos vocablos portadores de una ausencia inmemorial: carencia en la infinitud de la carencia.

     "Lo que no vemos es lo que nos permite ver."

     Todos los silencios están reunidos en las cuatro letras de la primera y última palabra silenciosa: Dios.

     Cuatro es la cifra del infinito.

 

     El llavero de Dios está enterrado en el Texto. Este don divino otorgado a los vocablos es el origen de su íntima, de su loca ambición.

 

     Todo pensamiento está en suspenso, a la merced de una llave.

 

     Encarnizarse en la respuesta. Transferir a sí mismo tal encarnizamiento.

 

     Ser el que hiere y es herido.

 

     En la muerte, la verdad resplandece con todos sus destellos.

 

     El acontecimiento prevalece.

     "El acontecimiento, decía, es una de las perforaciones en el margen izquierdo de mis hojas, perforaciones que me permitirán desprenderlas algún día sin daño para librarlas intactas al viento: mi última ofrenda."

 

     Y agregó: "La eternidad está puntuada de abismos: nuestra perpetua cotidianeidad".

 

%

 

     Uno cree vivir, escribir su vida: agujerea.

 

     Lo cotidiano es agua que se derrama; la duración la filtra.

 

     Lo que sucedió era previsible. Nadie hubiera buscado evitarlo.

 

     Sin flaquear, la noche espera al sol.

 

     Sólo lo que nos toca de cerca nos preocupa. Nos preparamos en la soledad a hacerle frente.

 

     Decía: "La indiferencia es el veneno que paladeamos como, en verano, un zumo de fruta helado".

 

     El horror predomina. El dolor se repliega sobre sí mismo.

 

     Ronda de asesinos, el instigador no es siempre aquel en quien, con pleno conocimiento de causa, pensamos.

 

     "No se juzga a la víctima sino al asesino. La víctima ha sido ya juzgada: juicio de asesinos.

 

     “¿Cuántos entre vosotros lo aprueban? ¿Cuántos lo denuncian”, escribió?

 

*

     Decía: "El rostro de un niño, al no estar todavía esculpido por el lenguaje, es rostro fuera del tiempo. "El tiempo del rostro es el de sus arrugas",

 

     Decía también: "El primer rostro es tierno llamado a los rostros que prefigura; el último, la suma de todos nuestros rostros marchitados".

 

     La identidad es menos la captación del rostro que su conquista. Una alianza con la muerte.

     Todo pensamiento de muerte pasa por la destrucción del rostro. La identidad no puede pensarse fuera de la nada.

 

     Dios desgasta al hombre en Dios. Crueldad de la Nada.

 

     La Nada no puede pensarse sino a través de todos los pensamientos reducidos a nada de nada.

 

     No hay ausencia que el tiempo no haya previamente considerado como su merecido recreo, su legítimo reposo, su séptimo día.

     La realidad, marcada por el tiempo, alcanza en un breve instante la eternidad de una irrealidad que la hubiera imaginado y a la que sin saber hubiese dado existencia.

     A ese tiempo, sustraído al tiempo, pertenece la ausencia.

 

     La ausencia es a la presencia lo que el todo a la nada: un mismo estupor

. . .. lo que el sueño del sueño es al soñar.

 

 

     "Ahorré mi tiempo —anotó—. Yo hubiese sido mi propio sueño."

 

     Decía: "No tengo lugar", como si dijese: "No tengo vínculos", sabiendo sin embargo que toda palabra crea su lugar.

 

     Hay instantes que nacen y mueren al instante. Nunca serán tenidos en cuenta.

 

     De lo que permanece, soy la parte ligera de infortunio: la paja quemada.

 

     La cuestión, en el seno de lo cotidiano, es a la vez el instante en cuestión y la cuestión del instante.

 

     La eternidad está fuera de cuestión.

 

     A los interrogantes del instante, la respuesta debería responder así como también a los interrogantes propios de la pregunta; pero, testaruda, ella no responde más que a sí misma*

 

     La eternidad está detrás del tiempo.

 

     De la nada a lo impensado se da todo el trayecto del pensamiento: desde su eclosión nocturna hasta su abreviado fin.

 

     Creer que se tiene todavía algo que decir, aun cuando no se tenga nada que expresar.

La palabra nos mantiene vivos.

 

     Se muere siempre de una palabra frustrada.

 

     El instante es rico en eternidad entrevista, arrostrada

—como la vela izada, ebria de espacio y de mojaduras.

 

     ¡Insensible eternidad!

     El cielo desaparece en el cielo y el mar en el mar sin provocar disturbio ni inspirar compasión.

     La pérdida del instante tiene consecuencias inmediatas

o lejanas solamente para el que germina o se doblega.

 

     Para los cielos, para el océano, la noche no es ni luto ni sueño, sólo punto muerto.

 

     El sol juega a la eternidad contra el instante.

 

     Medir el instante es quizá mofarse de la eternidad.

     De un puñado de arena recogida en el desierto no se sustrae un grano para pesarlo.

 

     Luz por encima de nuestras pálidas luces. El pensamiento es deslumbrado por ella.

 

     Ciego es el pensamiento del vidente.

 

 

("No se puede escribir sobre la arena; sería

como escribir sobre las propias palabras,

sobre un texto condenado ya por la arena", dijo.)

 

 

Traducción de Saúl Yurkiévich

 

 

 

El presente poema fue tomado del libro El pequeño libro de la subvérsion fuera de sospecha, publicado por Editorial Vuelta, en 1989.

Edmond Jabès. Poeta egipcio nacido en El Cairo en 1912. Hijo de una familia judía italiana, recibió una esmerada educación clásica francesa. Empezó a escribir muy joven y viajó a Paris en la década de 1930 donde trabó amistad con Max Jacob quien fue su asesor y su guía.

En 1957, a raíz de la expulsión de la población judía por el gobierno egipcio, se radicó definitivamente en Paris, retomó su amistad con algunos intelectuales, y adoptó más tarde, en 1967, la nacionalidad francesa, convirtiéndose en uno de los poetas más influyentes de la posguerra. Recibió el Premio de la Crítica en 1972 y fue nombrado miembro de Legión de Honor en 1986.

Entre 1943 y 1985 publicó  "Libro de las preguntas", "Libro de Yukel", "Libro de las semejanzas", "Libro de los límites", "Libro de los márgenes" y "Libro de la hospitalidad". Otros títulos suyos son: "Yo construyo mi morada", "La memoria y la mano", "El pequeño libro de la subversión fuera de sospecha",  y "Un extranjero con, bajo el brazo, un libro de pequeño formato". Falleció en Paris en el año de 1991. ©

 

Semblanza tomada de la página A media voz.

Fotografía extraída de la página Enlace Judío.

 

 

Saúl Yurkievich. (La Plata, 1931 - Caumont-sur-Durance, Francia, 2005) Poeta y crítico literario argentino. Autor de una notable producción poética que, enraizada en el experimentalismo de los años sesenta, aborda en tono sobrio y reflexivo diferentes propuestas de renovación formal, es fundamentalmente conocido y respetado por su vasta, lúcida y esclarecedora obra ensayística, que le convirtió en uno de los críticos literarios de mayor prestigio y proyección en todo el mundo.

 

Nacido en el seno de una familia humilde, experimentó desde su temprana juventud una acusada vocación humanística que le empujó, contra la voluntad de su padre, a especializarse en el estudio de las Letras, con singular dedicación al panorama de la literatura hispanoamericana contemporánea. Pronto se dio a conocer por su especial clarividencia en el análisis y la interpretación de algunas obras tan complejas como el poemario Trilce (1932), del peruano César Vallejo (1892-1938), libro que adquirió auténtica categoría de "clásico" tras la publicación del ensayo de Yurkievich titulado Valoración de Vallejo (1958).

 

Tres años después, Saúl Yurkievich irrumpió en el ámbito de la creación literaria con el volumen de versos titulado Volanda Linde Lumbre (1961), en el que la vertiginosa alternancia de ritmos poéticos y recursos verbales -visibles ya en el privilegiado frontispicio de su título- ponía de manifiesto algunas de las características que habrían de mantenerse constantes a lo largo de toda su obra, como el rechazo de las preceptivas poéticas tradicionales -aprendido, sin duda, de su fecundo análisis de la poesía de Vallejo- y de cualquier otra convención rigurosa y normativa que fuera en menoscabo de la libre expresividad del poema.

 

Estas innovadoras propuestas estilístico-formales de Saúl Yurkievich -que no eclipsaban, en el plano de la expresión, la hondura reflexiva de sus contenidos- tuvieron continuidad en otros poemarios suyos como Ciruela la loculita (1965) -en el que pueden hallarse algunos de sus poemas experimentales más logrados, como los titulados "Revolución" o "Pesadilla"-, Cuerpos (1965), Berenjenal y merodeo (1966), Fricciones (1969), Retener sin detener (1973), Riobomba (1978), Acaso acoso (1982), El trasver (1988), Vaivén (1988) y El sentimiento del sentido (2000).

 

En su faceta de ensayista y crítico literario, Saúl Yurkievich reflexionó, al igual que en sus versos, sobre los modos de representación verbal; ambas actividades -la creación literaria y el análisis crítico- fueron, para el humanista platense, las dos caras de una misma moneda: dos formas de aproximarse creativamente a esa palabra lúcida y reflexiva que imagina (en el verso) o dilucida (en la crítica) el mundo.

Además del estudio sobre Vallejo citado anteriormente, en su rigurosa producción crítica destacan otros trabajos tan valiosos como los titulados Modernidad de Apollinaire (1968), Fundadores de la nueva poesía latinoamericana (1971), Celebración del modernismo (1976), Poesía hispanoamericana 1960-1970 (1976), La confabulación con la palabra (1978), Julio Cortázar: Al calor de tu sombra (1986), Identidad cultural de Iberoamérica en su literatura (1987), A través de la trama. Sobre vanguardias literarias y otras concomitancias (1988), Julio Cortázar: mundos y modos (1994) y La movediza modernidad (1996). Es, asimismo, autor de la selección antológica y el prólogo a las Obras de Juan José Arreola (1996).

 

Autor también de un libro de relatos (Trampantojos, 1987), Saúl Yurkievich residió en París desde 1969, ciudad en la que mantuvo fuertes lazos de amistad y complicidad literaria con algunos escritores de la talla de su compatriota Julio Cortázar, quien le nombró albacea de su obra. Ejerció la docencia, en calidad de profesor de literatura hispanoamericana, en la Universidad de Vincennes (París), e impartió clases, cursos y conferencias en otras muchas instituciones de enseñanza superior de América y Europa. Falleció a los 73 años de edad en un accidente de automóvil.

 

Semblanza extraída La Enciclopedia Biográfica en Línea.

 

Fotografía extraída de la página La poeteca.

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