Poesía de Luis Benítez

 

Anoche alguien derribó un árbol que cumplía tres mil años

 

Anoche alguien derribó un árbol

que cumplía 3.000 años

erguido sobre el campo.

En la noche sus astillas ardieron

calentando a los hombres ateridos

y en la niebla el resplandor

indicaba el sitio de su muerte,

el mismo de su larga vida,

el mismo de su corta hoguera.

 

Ayer su sombra

se alargaba hasta la casa distante,

cruzaba el arroyo

que cuando él brotó

no estaba.

Hoy un pozo

con colgajos de raíces,

con fragmentos de ramas y cortezas,

indica dónde floreció

a través de los siglos

su savia poderosa.

 

En su copa anidaron

animales que ya no existen

y bajo sus ramas

estallaron infinitas tormentas.

Sus altos brazos

surgían de entre las nubes bajas.

Entre sus raíces

primitivos hombres

se escondieron de las fieras

y luego se ocultaron tesoros,

cartas de amor,

objetos robados,

y alguien talló

con un cortaplumas

palabras que ya no se leen.

 

Anoche alguien derribó un árbol

que cumplía 3.000 años

erguido sobre el mundo.

 

 

 

 

 

 

 

 

En el cantero arrasado por el frío resistía

 

Discutíamos tú y yo

sobre cosas de nuestro amplio mundo,

hecho de ventanas

detrás de las que guardamos padecimientos y alegrías,

como en un acuario

que creemos aislado de lo que está

bullendo, cuando

en todo lo que decimos su magma estalla:

el hombre y la mujer

son dos razas que en medio de su batalla perpetua

se intercalan.

 

Más allá ¿recuerdas? Estábamos en el balcón y explotó en abril

su desusada melodía.

El grillo viejo desde un cantero lejano bramó su partitura,

en el ya frío abril

del hemisferio sur era su estar lo desusado, lo inaudito:

nada tenía que hacer

su sexual sinfonía, trastorno del verano, en medio de la tarde helada

que abandonaba en su águila

ese niño furioso que para siempre representará el deseo.

 

En el cantero arrasado por el frío resistía,

como un bulbo tozudo,

como una semilla insistiendo en procrear,

en ser padre tardío

de diminutas larvas que inundaron el aire

meses antes,

cuando la escarcha no nublaba el parabrisas

del hombre cansado

que por la calle somnolienta conduce el autobús.

Abajo, en la calle,

alguien grita que tiene odio, hambre y frío;

entre los bocinazos

otro cruza la calle frenético en su automóvil

y un vendedor recita

su interesada palinodia. Nosotros ante el grillo

callamos la vergüenza

de ser casi ya viejos y de no ser padres.

No llegará hasta una hembra

su violín desastroso: en la humedad del cantero

le cortarán las cuerdas

entidades más potentes que su canto ridículo:

la niebla de mayo,

el viento de la calle que sembrará otro junio,

arrasarán el destiempo

de su amplificado rascar los costados gastados

por un deseo incesante.

Estúpido animal que cuando un silencio momentáneo

intercede por su apenas, mínima gracia,

deja oír en toda la calle su humilde esplendor,

esa insistencia

de otro tiempo simultáneo que no vemos,

que no oímos,

a no ser por un grillo u otra cosa eterna y fuera para siempre

de este bien conocido,

calculado y cotidiano mundo que habitamos.

 

Ciertamente el tiempo

es un río

que a orillas de su canto

se detiene.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Ese hermano que envenena los ríos

 

Ese hermano que envenena los ríos

abre una ancha brecha

que le parte la vida.

 

La mano que asesina los huevos de los peces,

el dedo que ordena que se sequen las raíces del mundo,

que la fruta se pudra antes de llegar a su boca,

que en el aire fallezcan las alas de los pájaros,

y el silencio congele el paisaje de su misma muerte,

ese hermano que pide

que los hongos se asomen en lo rubio del trigo,

y que la noche se abra en el corazón del alto mediodía.

 

Ese hermano que obliga

a retroceder al tiempo hasta su aborto,

el que invoca calaveras

en medio de la fiesta de su propia carne viva,

no sabe que se suicida en el ave que cae,

no sabe que se muere

donde declina el tallo

su alegre columna verde,

donde el todo de los campos

se convierte en la nada.

Ese hermano que envenena los ríos

no sabe que envenena también el rojo río

que lo anima por dentro,

el que desagua en la sangre de sus hijos

lo empetrola hoy y ahora con su error infinito.

 

La mano que alzó la orden

de talar el futuro

derribó cada hora de ese día, mañana,

donde había gestos y rostros

que se le parecían

a ese hermano equivocado

que envenena los ríos.

 

 

 

 

 

 

 

El amor de la albahaca

 

No es la anónima, la de las grandes plantaciones industriales,

destinada al secado por toneladas,

la que aflora etiquetada en todos los supermercados de este mundo.

Tampoco la singular, la noble albahaca que ciñó Virgilio

entre sus labios y humedeció la mano de Horacio entre los álamos.

Es la rastrera, común albahaca salvaje de los campos,

la única y la sola que nos mira siempre verde entre las ruinas,

la que saluda desde hace millones de años

entre las piedras. Allí, donde seguramente no es querida,

asoma sus muñones empecinada, con la sola ayuda

de unas gotas de lluvia casual, de a cada tanto:

un gramo de tierra le basta a la paciencia de la albahaca

para amar el rincón entre ladrillos rotos que, parece,

quieren expulsarla para siempre de su seno.

Persevera sola en su manchón de verde

entre lo estéril, lo que le niega el sustento

es aquello que más ama: más quiere agotarla,

más se empecina; más quiere secarla, más florece.

La indiferencia la abona y riega sus hojas

el desdén. A desplantes crece la pasión

de la sufrida albahaca. Y cuando aquello parece

(una vez cada año sucede que se ausenta)

alcanzan cuatro lágrimas celestes

para que resurja de la nada como antes,

otro milagro del amor, que no conoce

la muerte, ni el olvido ni el engaño:

raíz que persiste honda entre cenizas y polvo,

milagro que florece a solas, prodigio

sin correspondencia alguna, la albahaca

es el amor que no se calla ni seca,

por propia voluntad ni por ajena.

 

 

 

 

 

 

 

Luis Benítez 

El poeta, narrador y ensayista Luis Benítez nació en Buenos Aires en 1956, donde reside. Miembro de la Academia Iberoamericana de Poesía, Capítulo de New York, (EE.UU.), de la World Poetry Society (EE.UU.); de World Poets (Grecia) y del Advisory Board de Poetry Press (La India), de la Asociación de Poetas Argentinos (APOA) y de la Sociedad de Escritoras y Escritores de la República Argentina (SEA). Ha recibido el Primer Premio Internacional de Poesía La Porte des Poètes (París, 1991); el Segundo Premio Bienal de la Poesía Argentina (Buenos Aires, 1992); el Primer Premio de la Fundación Amalia Lacroze de Fortabat (Buenos Aires, 1996); el Primer Premio del Concurso Internacional de Ficción (Montevideo, 1996); el Primo Premio Tuscolorum di Poesia (Sicilia, Italia, 1996); el Primer Premio de Novela Letras de Oro (Buenos Aires, 2003); el Accesit 10éme. Concours International de Poésie (París, 2003) y el Primer Premio Internacional para Obra Publicada “Macedonio Palomino” (México, 2007). Sus 36 libros han sido publicados en Argentina, Chile, España, Estados Unidos, Francia, Inglaterra, Italia, México, Rumania, Suecia, Venezuela y Uruguay. Último poemario publicado: “The afternoon of the elephant and other poems” (traducción de B. Allocati / George Franklin, Katakana Editores, Miami, EE.UU., 2020).

 

 

Semblanza y fotografía proporcionadas por el autor.

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