Poesía de Mahfúd Massís

 

Los siguientes poemas forman parte del poemario El Libro de los Astros Apagados

 

 

 

 

 

 

 

Expedición al tiempo

 

 

 

Lo despistado, lo roto, me sigue detrás como un caballo muerto.

 

Lo que cayó en el paño de las indecisiones,

 

el agua terca, y quedó tirado en el camino.

 

En este vaso con un perro adentro, y que bebo solitario en esta noche,

 

frente a resoluciones quemadas, a un ángel como si fuese de hueso,

 

penetro otra vez en mí, desciendo en un largo viaje,

 

oliendo el camino, fumándome el tabaco del alma,

 

o interrogando al enano que vive a espaldas de mi rostro.

 

Pero hay una piel negra, un tiempo de labio leporino,

 

algo rasgado y esencial entre esta muerte de ahora y el candado seco de otras floraciones.

 

Partieron los días, como golondrinas de arena, o la amante de tristes ojos,

 

y cuanto intenté rescatar está como cuero tendido.

 

Yo te recuerdo atravesada por la jabalina del tiempo.

 

¡Qué largo andar! ¡Qué largo viaje para este día!

 

Abarcabas el espacio negro, acariciabas el hocico de las horas, y yo, tenaz, ardiente, miserable,

 

retrotrayendo un azar temible, un velo despedazado en el estupor pretérito,

 

pero lejano, irremediable, como una nube entre la pierna abierta.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Nocturno del piano

 

 

 

El piano, con su quijada negra, con sus dientes blancos cruzados de gusanos,

 

canta como un papa melancólico. Sus notas

 

caen como los huevos del esturión muerto

 

sobre mi corazón en esta noche.

 

Mata al demonio del piano, amiga mía, ahoga en su vientre la furia escarlata.

 

Rompe su levita de caballero velado;

 

pero déjame solo, ahorcado en la cama.

 

El virrey baila el tango mientras lloramos,

 

agita sus orejas como toneles,

 

evocando a Francisca, a Leonor, a otras luces devoradoras,

 

(doblando un pliego de su carne, realizando hechizos sobre el fuego),

 

pero el piano, mi niña, resuena imperial, desierto, triunfando siempre de la fatiga,

 

en tanto el virrey ríe, quimérico y hostil, mostrando su halcón de oro.

 

Mata al demonio del piano, amiga mía;

 

escucha cómo resbala sobre los gladiolos, rompiendo

 

los sacos de la memoria, antiguas sombras, y vacila

 

como hembra preñada

 

encendiendo un candil, una muerte nueva en el ciervo blanco del pecho,

 

una segunda vida que desconozco, y que rechazo

 

como la horma negra a la nube.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Poema de las manos muertas

 

 

 

Toma mi mano, este hueso que estará un día podrido.

 

Apriétala, ponla sobre tu corazón mientras dura la noche.

 

Con ella escribo esta estrofa muerta, reviento una mariposa cada mañana.

 

Con ella te digo adiós, pájaro viejo.

 

Mira mis manos. Sólo así comprenderás mi tristeza.

 

Si te rompieran el corazón, si te comieran el cerebro, tendrías estas mismas manos

 

coronadas de aire invisible, de pámpanos muertos. Con ellas beberías

 

la sopa enlutada del invierno, rodeado de escarabajos y de hijos.

 

Perro nuestro que estás en los cielos, ¡defiéndeme estas manos!

 

Que no se cubran de gusanos sino en la hora

 

en que los hurones levantan sus patas al atardecer, otras

 

manos escriban: “fue un extraño salvaje en la tierra”.

 

Encontrarás mi mano sobre el velador alguna noche,

 

rodeada de carbón, incapaz de abrazar tu cintura,

 

agarrando la sombra, el tabaco

 

del cigarro funeral en el viento.

 

En mi rostro -despiadado y distante hallarás

 

sólo una pagoda de hueso, el resto

 

de una verdad enterrada.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Panorama del ídolo

 

 

 

Gallo muerto en la sacristía, caí en la tinaja del barbero,

 

alucinado, perseguido por hombres de larga cabellera.

 

¡Cómo veo caer la noche sobre el oprobio y las aguas!

 

(Infancia de murciélagos, de lúgubres sonatas, de papiros asados).

 

Como un ídolo chino, o un pequeño dios de porcelana,

 

me arrojaron sobre las coles del cementerio,

 

extraviado, solo,

 

arrodillado como un delirante en el ágora. ¡Oh!, arrástrame

 

contigo, ave de negro moño,

 

cuesta abajo hacia los imperios adyacentes, cerca del jadeo de tus tetas,

 

tocando a degüello, mientras me bordas la camisa de anagrama amarillo,

 

y en el lecho rueda mi cabeza asediada por las moscas.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

La cabeza robada

 

 

 

Arrastrándome del cerebro al alma, era el ave aterida de las imprecaciones.

 

Empujaba estos axiomas negros, como cabeza robada; la conciencia era una yegua amarilla,

 

un cuajo peludo entre el espanto de las moscas y el hígado

 

de la eternidad. Venía llorando.

 

Caí entonces en las duelas de este barril, en un saco profundo, destrocé la nuca

 

al caballo de las interrogaciones,

 

y ahora soy un juez de cabellera verde,

 

un mercader con el rostro cubierto de mariposas,

 

ofreciendo una tela larga, impregnada en sudor,

 

una mirada entre los helechos. Me dirijo

 

a esta nación pálida,

 

en cuyos acantilados dormí extraviado de rencor,

 

arrojando un vino helado sobre la ciudad de los perros,

 

un vino agrio y brutal,

 

envuelto en un enigma, cayendo siempre, cayendo sobre sí mismo.

 

¡Y los pelos de la luna tan largos sobre las piedras!

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

El desenterrado

 

 

 

Ira, ira no más, en el terrible día,

 

Ni amor, ni la gota fresca en la lengua;

 

apenas la vejiga rota al atardecer,

 

y aquella gran mirada inmemorial, amarilla,

 

todo cayendo detrás, en el desván silencioso.

 

Desenterrarán tus cartas, tus papiros helados.

 

Serás como Osiris; se disputarán tu traje desolado.

 

Sobre tus infolios y tus manchas errantes: la leyenda.

 

Serás al fin un escriba serio, descomunal, recién afeitado.

 

Un júbilo de espadas cubrirá la entrada de ese otoño;

 

pero estarás dormido sobre la delgada alfombra, siempre sonriendo,

 

estólido, feliz, oyendo otro oleaje.

 

 El escritor chileno Mahfúd Massís  nació el 19 de marzo de 1916 en la ciudad de Iquique. De origen palestino, su poesía evidencia elementos de la cultura latinoamericana y árabe, lo que lo convirtió en uno de los poetas más innovadores de las letras chilenas durante el siglo XX.


Su producción literaria abarcó, fundamentalmente, la poesía y el ensayo crítico. Pero su constante labor por la cultura nacional lo llevó a ser director de la revista Polémica, presidente de la Sociedad de Escritores de Chile, presidente del Instituto Árabe en Chile y agregado cultural de Chile en Venezuela en 1970.

Después del golpe de Estado de 1973, Mahfud Massis fue informado que había sido exonerado de su cargo y que tenía prohibición de volver a ingresar al país, por ello permaneció en Venezuela. Desde este país desarrolló una importante labor masificando la creación artística nacional y denunciando la situación que vivieron miles de chilenos en ese período.

Después de una vida dedicada a la escritura en sus diversos géneros, Mahfúd Massís falleció el 9 de abril de 1990 en Caracas, Venezuela, su patria adoptiva.

 

 

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