Como bien dice su poema Ecuador (La geografía): «Es un país irreal, limitado por sí mismo». ¿Siente, efectivamente, que el Ecuador es un país imaginario, como la línea que nos traspasa y que nos puso un nombre «sin pedirnos permiso», siquiera?
Allí me refiero a un problema de identidad. Hace cincuenta años, con ocasión del conflicto militar con el Perú, el embajador de Brasil nos aconsejaba «tener piel», o sea existir dentro de ella. Porque hasta entonces no nos habíamos planteado un proyecto de país: algo hizo en ese sentido Benjamín Carrión, buscándole un destino en la cultura, ya que no en la economía ni, evidentemente, en las armas. Tampoco lo hemos hecho debidamente después de él y aunque la responsabilidad es de todos, recae directamente en los dirigentes políticos, en los
gobiernos, en los que, se supone, debían definir al Ecuador como nación.
¿A qué atribuye el hecho de que no haya un gran escritor ecuatoriano de talla internacional? Y si, tal vez, lo hay ¿por qué no es lo suficientemente reconocido en el mundo?
Creo que hay más de uno. Viviendo en Europa, conociendo más de cerca su literatura y tratando de leer al mayor número posible de autores, hallé que, comparativamente y sin fatuidad patriótica, algunos poetas y narradores ecuatorianos estaban a su altura y, en algunos casos, la suya era mayor. Mas sucede que el país no constituye un pedestal suficientemente alto para que la figura que en él se yergue sea visible a la distancia. Cuando Casa de las Américas, de Cuba, publicó, en 1970, una antología de cuentos de José de la Cuadra —treinta años después de su muerte—, hubo extrañeza y asombro entre algunos críticos de México, Argentina, Chile, que no lo conocían. Si César Dávila Andrade, por ejemplo, hubiera nacido en uno de esos países, el reconocimiento de su poesía habría sido, por lo menos, continental.
Usted es, sin duda, nuestro más alto escritor vivo. ¿Cómo se siente con esta responsabilidad frente al mundo?
No soy el más alto escritor vivo del país sino, ahora, el más viejo.
De modo que mi responsabilidad tiene otro origen:
tratar de encon- trar nuestro destino en nuestra historia, hacer que se realice, y mostrarlo, junto a otros que se han impuesto la misma tarea, de la mejor manera posible. O sea que, frente a mí y a los demás, la responsabilidad enorme e interminable de aprender a escribir.
¿Qué aportes considera que entregó (si así lo hizo)la literatura ecuatoriana a la gran época de la vanguardia en América Latina?
Creo que el aporte ecuatoriano más importante a la literatura de Latinoamérica fue el de los narradores de los años 30: algunos narradores chilenos —Luis Durand, Mariano Latorre...— me dijeron haber aprendido de ellos la audacia de la forma:
algo como un primer grito de independencia del lenguaje. La vanguardia ecuatoriana, represen- tada por la poesía, se incorpora —con igual mérito que el realismo, prácticamente contemporáneo de ella— a la de Perú, Chile, Argentina, México..., aunque después no insista en esa actitud y busque otras formas, incluso, como Gonzalo Escudero, las más antiguas de la poesía clásica española.
Y al boom latinoamericano ¿Cómo le suena aquello
de que entre Fuentes y Donoso se inventaron un «Marcelo Chiriboga» para suplir la ausencia de un escritor ecuatoriano?
Chiriboga aparece, por primera vez, como personaje, en El jardín de al lado, de Donoso, quien lo hace desaparecer, como persona, en Donde van a morir los elefantes, con la transcripción de una supuesta nota sobre Chiriboga, tomada del obituario de El País. Fuentes, en cambio —que lo retoma diez años después de su aparición literaria en Cristóbal Nonato— en Diana, cazadora solitaria, más cercana a la autobiografía que a la novela, se refiere a él como a una persona real, con datos sobre su ocupación, su salud y la preocupación del autor por su situación económica. (Creo advertir, en ambos, cierto tono burlón referido, me parece, no sólo a esa ficción literaria sino al país real).
Fuentes me dijo que fue una invención de Pepe Donoso, y que «era el autor que le faltaba al boom», aunque jamás existió. Parecería que se trataba, más bien, de completar, geográficamente y con humor —recuérdese la Historia personal del boom, de Dono- so—, el grupo que contaba ya con representantes de México, Colombia, Perú, Argentina, y que los editores trataban de ampliar buscando otros en Cuba, Uruguay, Paraguay y Chile. Se me ocurre que ese personaje, con otro nombre, igual habría podido ser boliviano.
Como uno de los grandes conocedores de la literatura del país, debe tener una amplia visión sobre los escritores del Ecuador ¿cree en ellos y por qué?
Porque son, realmente, escritores, algunos de ellos muy serios, entregados por entero a su oficio, entendiendo, lo que no siempre estuvo claro, que el «compromiso» es, ante todo, con la literatura; o ensayando formas nuevas —a veces sólo por un afán de originalidad— que no siempre logran adaptar lengua y lengua- je a una concepción seria de una literatura otra, pero contribuyen a proponer nuevas actitudes frente a ella. Me parece que se ha generalizado cierta despreocupación, si no menosprecio, por los problemas, incluso de forma y de escritura, con el temor de que prospere esa predilección por la literatura light, acompañada de un artificial éxito comercial fabricado por razones y medios extraliterarios.
¿Considera a Carrera Andrade a la altura poética de un Huidobro, de un Neruda, de un Parra, de un Guillén, de un Lezama?
Sí, por diferentes que sean, aunque no creo en ese tipo de valoración comparada. Carrera Andrade es el único poeta que, a diferencia de Homero y Borges, por ejemplo, no habría podido ser ciego: ve las cosas y las cosas ocultas tras las cosas, que son, junto al ser humano y el paisaje, el tema de su poesía: por algo el símbolo predominante de ella es la ventana. Y sabemos que Carrera Andrade es el dueño absoluto de la metáfora, a quien uno siente ganas de pedir permiso para emplearla.
Cite tres nombres del Ecuador a quienes consideraría de verdadera valía internacional, y que no han podido salir de las fronteras.
Creo que Pablo Palacio, José de la Cuadra, Javier Vásconez han llegado a algunos círculos de especialistas, más que a esa entidad discutible y variable a la que llaman «público en general». Fuera de ellos, habría que pensar en Dávila Andrade, ya citado, en Raúl Andrade y en Francisco Granizo exclu- sivamente como poeta.
Usted, como el escritor vivo más representativo de nuestro país ¿qué aconsejaría a sus colegas
para que el Ecuador pueda tener una mayor
resonancia literaria en el mundo?
No tengo autoridad alguna, menos aún en ese ámbito, para aconsejar a nadie.
¿Qué autores del mundo le habría gustado que nacieran en el Ecuador?
Solamente aquellos de quienes fui o soy amigo, para disfrutar de su compañía, de su saber, de su conversación enriquecedora. En cuanto a los demás, agradecido por lo que sus obras me han dado, ¿por qué querría imponerles los dolores, los sacrificios, las carencias y limitaciones que supone haber nacido aquí?
¿Cree que ser ecuatoriano aporta algo al engrandecimiento de la li- teratura, o la patria son los amigos, las palabras, el barrio...?
Habría que ser, más que presuntuoso, tonto para creerlo. Claro que la patria son la infancia, el barrio, las palabras, los lugares y, también, a veces, la esperanza de que este país llegue a ser el país que uno quisiera tener como origen y destino.
¿Qué está escribiendo ahora?
He terminado, tras cinco años de trabajo constante, De cerca y de memoria: es un libro voluminoso de recuerdos personales de autores a quienes conocí, con quienes mantuve una amistad más o menos honda, o más o menos duradera. No es un libro de ensayo crítico, aunque hay, en cada caso, una breve visión personal de su obra, ni de chisme —pese a cuanto tiene de actitud y comportamiento personal de cada uno de ellos—, ni de arreglo de cuentas, que ha venido a estar de moda. Resultó ser, debido al aporte de to- dos ellos (141 autores en total, de los cuales 30 son ecuatorianos), un testimonio de primera mano acerca de las ideas estéticas y políticas que rigieron en América Latina y el mundo en los últimos sesenta años.
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Cachetón Pelota (domingo, 27 enero 2019 12:47)
¡Qué preguntas! ¡Qué disparate de entrevista! Señor Javier Oquendo, dedíquese a otra cosa.